sábado, 20 de abril de 2013

¿Puede perderse lo que no se sabe que se tiene?

Poca gente sabe quien fue Marcella Pattijin. Ni siquiera los que sentimos cierta sintonía con la estética medieval, tanto, que incluso invertimos parte de nuestro tiempo libre en reproducir modelos de iluminaciones, caligrafías y encuadernaciones de aquellos siglos, la conocíamos. 
Murió el pasado domingo, 14 de abril. Yo no conocía su nombre, pero sí sabía que sólo quedaba ella: la última beguina.
La beguina mística (lo siento, no tengo la referencia de la obra)
Descubrí esta congregación en mi primer viaje a Bélgica, en el verano de 1992, cuando me llevaron a conocer el  beguinato —begijnhof— de Brujas (Brugge). Desde ese momento, cada vez que he vuelto a ese país, en cada ciudad que he visitado, he buscado siempre el begijnhof para, de existir, ir a visitarlo y a pasear por él en silencio. El de Brugge es quizás el más elegante, el de Leuven (Lovaina) es hoy una residencia para profesores de la Universidad; el de Kortrijk, que visité en 2010, es más austero.
También desde mi primera visita la curiosidad me pudo y fui buscando información: miles de mujeres, en la Edad Media, se retiran a vivir a beguinatos en los Países Bajos; no a monasterios ni conventos, sino a pequeños barrios aislados, donde forman comunidades religiosas que profesan los votos de castidad y obediencia, pero no de pobreza. Mujeres independientes que tejían y comerciaban, que salían a la calle, que se administraban sin necesidad de hombres, que leían y escribían. Que se sabían libres; tanto, que podían abandonar la congregación para casarse. Que pensaban por sí mismas en un mundo cerrado a actitudes o interpretaciones que no coincidieran con el dogma.

Beguinato de Brugge 


Luego se extendieron hacia Francia, Alemania y otros países; según tengo entendido, la comunidad importante más meridional estuvo en España, en Teruel. 

Beguinato de Kortrijk
Dicen que fueron las inspiradoras de un movimiento místico que influiría mucho después en poetas como Santa Teresa de Jesús o en San Juan de la Cruz. 
Su historia no siempre fue feliz: muchos las consideraron rebeldes, sospechosas de herejía o brujería, incluyendo al Papa Clemente V, y algunas acabaron en la hoguera. Luego vinieron las guerras de religión y los protestantes las eliminaron, mientras los católicos volvieron a apoyarlas —las casas actuales que ahora podemos ver, de ladrillo, fueron sustituyendo en aquella época a las antiguas de madera—. 

Después, en una sociedad constantemente revolucionada, políticas e industrialmente, las beguinas fueron convirtiéndose en algo anacrónico —como los calígrafos, pero corriendo muchos más peligros—. Y, a pesar de todo, algunas aguantaron sin tregua, siglo tras siglo. 
Hace unos días murió, en Kortrijk, la última beguina y, con ella perdimos, sin saberlo siquiera, un pedazo de historia. Descanse en paz.
Ferdinandus. d.s.


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