lunes, 15 de junio de 2015

Elogio de la imperfección. 3. Nadie es perfecto.

Del cine he aprendido muchas cosas. Y de algunas series de televisión, también. Desde hace años he descubierto en algunas producciones audiovisuales una sutileza filosófica que muchos libros pretendidamente profundos no tienen, o te ofrecen tras de una eternidad de farragosas páginas.
En mi formación “académica” han habido —hay, no se acaba nunca— buenos autores y profesores —y alguna profesora extraordinaria—, pero coexistieron con Chaplin, García Berlanga, Lubitch, Fellini, José Luis Cuerda, John Ford o Billy Wilder. Ellos hicieron de contrapeso a la terrible seriedad bibliográfica de que me rodeé a veces y, en más de una ocasión, me regalaron la sonrisa que me sacó del marasmo.
Un ejemplo: nunca me he tenido por romántico y algunos clásicos, como Romeo y Julieta, me han resultado ñoños e infumables. Las declaraciones de amor al uso me parecen, en general, lamentables, salvo que se aderecen con humor —algún capítulo de Modern Family que toca el tema me ha parecido fantástico— y en general más falsas que un duro sevillano.
Y, sin embargo, una declaración de amor en una película me hizo vibrar en su momento y vuelve a encantarme cada vez que vuelvo a oírla. Porque en un momento encontré lo que, en términos platónicos, podríamos definir como la declaración ideal.
El film lo dirigió en 1959 Billy Wilder y en España lo titularon Con faldas y a lo loco (Some Like It Hot fue su título original). La historia era sencilla: un par de músicos presencian uno asesinato durante la Ley Seca. Son descubiertos por los gánsteres y, para evitar que acaben con ellos, deciden disfrazarse de mujeres e integrarse en una banda de música femenina. Dejando de lado los enredos típicos que se suceden, de uno de ellos (de “ellas”, la interpretada por Jack Lemon), se enamora perdidamente un millonario. En el último minuto de la película —impagable—, en un paseo en su yate, le pide que se case con él. La declaración es apoteósica.
Resumo. Él le solicita matrimonio de una forma franca y directa y “ella” le va poniendo sistemáticamente pegas a las que él, sin inmutarse, le ofrece alternativas:
Le propone casarse con el vestido de novia de su madre y ella responde que no es de su talla —lo arreglaremos—;
ella le dice que no es rubia natural —no le importa—;
ella fuma —a él le es igual—;
lleva unos años viviendo con un saxofonista —se lo perdona—;
nunca podrán tener hijos —los adoptarán—;
finalmente “ella” se enfada, se arranca la peluca, deja de usar la voz atiplada femenina y, con su voz natural y grave le dice: “es que no lo entiendes, ¡soy un hombre!”. La respuesta del pretendiente, tranquilo y sonriente, es: “bueno, nadie es perfecto”.
La moraleja era terriblemente moderna para su tiempo, y aún lo es hoy.
Propone aceptar y querer al otro, o la otra, como es, no como nos gustaría que fuera; no reprocharle nada, no pedirle que cambie por nosotros. Asumirlo sin juzgarlo.
Frente a tantos mensajes repetidos del tipo “si me quieres, cambiarás”, “hazlo por nosotros”, “deberías mejorar al menos en esto”, “¿qué trabajo te cuesta?”, etc. esta declaración representa, para mí, la declaración de amor unidad, aquella que es la medida con la que comparar el resto.
No solo se acepta la imperfección; se parte de la imperfección. Por encima de cualquier prejuicio, sin emitir ningún juicio moral; sin reproches por el pasado, olvidando cualquier reclamación o petición de “mejora”. Utópica, pero entrañable. ¿Qué menos que caligrafiarla para recordarla mejor?
Ferdinandus, d.s. bajo el signo de Géminis.

P.S. Es último minuto citado de esta película puede verse en YouTube.
Traducida al castellano en https://www.youtube.com/watch?v=zbmSHK-1XY4


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