miércoles, 29 de julio de 2015

Haz cada día algo que temas. Reflexiones sobre los temores.

Otro modo de formular la distinción general es el siguiente: Mediocristán es donde tenemos que soportar la tiranía de lo colectivo, la rutina, lo obvio y lo predicho; Extremistán es donde estamos sometidos a la tiranía de lo singular, lo accidental, lo imprevisto y lo no predicho. Por mucho que lo intentemos, nunca perderemos mucho peso en un solo día; necesitamos el esfuerzo colectivo de muchos días, semanas, incluso meses. (...) Sin embargo, si estamos sometidos a la especulación de base extremistana, podemos ganar o perder nuestra fortuna en un solo minuto.
Nassim Nicholas Taleb.— El Cisne Negro. El impacto de lo altamente improbable, pág. 82

Diferentes lecturas de ámbitos dispares, aunque relacionados, como la psicología, la emprendeduría o el coaching, hace tiempo que me remiten a un concepto común interesante: Zona de confort.
La idea general sería la de una estructura mental que nos permite trabajar, relacionarnos… vivir, en una palabra, eliminando al máximo los cambios que impliquen un riesgo —no nos engañemos, los cambios siempre implican riesgos— y que nos sometan a la presión de tomar decisiones que no sean “las de siempre”.
Una respuesta al miedo a lo desconocido la buscamos —y encontramos, a veces— en el refugio de la comodidad y la seguridad de lo ya sabido, de lo conocido desde hace tiempo. Frente a lo original, la repetición; frente a la novedad, la plácida monotonía.
El problema es que hay un problema: que el mundo cambia.
Constantemente, además. Envejecemos y el cuerpo se deteriora, nuestros hijos crecen, los trabajos se transforman o se pierden, nuestros sentimientos varían, nuestras relaciones mutan, lo que fuimos ayer seguro que no será lo que seamos mañana... Así que, más tarde o más temprano, deberemos salir de nuestra zona de confort, pero no voluntariamente, sino empujados por las nuevas circunstancias: una separación afectiva, la pérdida del trabajo, una enfermedad, un conflicto con un hijo adolescente, la traición de un amigo… hay cientos de cosas que tienen una incidencia directa e importante en nuestras vidas, y la mayor parte de ellas, aunque no siempre seamos conscientes, escapan a nuestro control. Y esto puede convertirse en un drama personal de primera magnitud.
¿Por qué, entonces, tantos nos empeñamos tanto en la inmovilidad? ¿Por qué no correr riesgos gratuitos? ¿Por qué no entrenarnos en saltar, de vez en cuando, fuera de esa zona de confort, cómoda pero peligrosa? La respuesta está en el miedo; o mejor, en los miedos, porque son muchos y variados.
Sabemos, o suponemos, que fuera quedan expectativas desconocidas, alternativas vitales que nunca habríamos conocido de no habernos arriesgado, personas interesantes que conocer, sucesos mágicos que vivir y, sobre todo, un sentimiento nuevo de gobernar nuestra propia vida —dentro de nuestros límites, que son tantos y tan variados como los miedos— de una manera más eficiente, más completa, más nuestra, con una “nostridad” siempre recién reconocida y conquistada que, una vez afianzada, sabemos que tenderá a crear una nueva zona de confort de la que necesitaremos salir una vez más. Un trabajo Prometeico y por ende inacabable, como puede verse.
Este deseo de salir de esta zona confortable es el he encontrado expresado en las dos frases que ahora publico caligrafiadas: Una afirmación de George Addair (“Todo lo que has querido conseguir está al otro lado del miedo”) y una propuesta anónima (“Haz cada día algo que temas”).
Con mis mejores deseos. Para mí, para todos.
Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Leo.
P.S. Si no somos capaces de abandonar de vez en cuando nuestra zona de confort, tampoco hay que preocuparse tanto; ya nos dará una patada en algún momento la vida. Porque aunque no lo sepamos, o no queramos darnos cuenta, todos vivimos una parte de nuestras vidas en ese país curioso llamado Extremistán.


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