martes, 14 de julio de 2015

St. Gallus, historia de un fracaso personal.

Mi relación con la historia de este santo comenzó hace años. En uno de esos días hermosos que pasamos a las afueras de Beget, en casa de Tomás y Jenny, él me recomendó un autor encarecidamente: Robertson Davies. Yo había dejado prácticamente de leer novela pero, dado mi respeto por sus opiniones, siempre acertadas, me comprometí a leerlo. Él, para dar más solidez a sus argumentos, me dejó tres libros de este autor: los que componen la Trilogía de Depford.
Los leí seguidos, sin pausas, casi con ansia. Disfruté de su lenguaje, de su erudición sin caer en la pedantería, de cómo articulaba las tramas y construía los personajes. De la imaginación que derrochaba.
En todos ellos encontré ideas memorables pero en el segundo, Mantícora, encontré una pequeña historia que me encantó: la que explica la aventura de San Galo —Gallus—, un monje irlandés que, en el siglo VII, marchó a los Alpes a convertir al cristianismo a los montañeses. En una cueva pretende hacer su eremitorio, pero la habita un oso. Siendo él tan místico que necesita ayuda para lo más cotidiano, llega a un acuerdo con él: a cambio de que le trajera leña, él le daría pan de jengibre.
La moraleja es obvia: no intentes expulsar ni domesticar al oso con quien compartes la cueva; si eres sabio, llegarás a un acuerdo con él.
Esta lectura debió ser durante el invierno de 2009. En la primavera de 2010 compartía por primera vez con mis más próximos, primero mediante e-mail y luego en un blog ya abandonado, la historia (http://elmayordelajuanita.blogspot.com.es/2010/04/e-mail.html).
Al verano siguiente decidimos ir a la Selva Negra, en Alemania. El pueblecito en el que estábamos se llamaba Oberhammersbach y, aunque no era el lugar en el que había vivido Gallus, la iglesia estaba dedicada a él e incluso el bar más interesante del pueblo estaba en el Hotel Bären (oso), donde también estaban representados, santo y animal, en una de las vidrieras. Volví a compartir la experiencia con los más cercanos. (http://elmayordelajuanita.blogspot.com.es/2011/09/pan-de-jengibre.html).
Ahora, años después, y en un contexto totalmente diferente, he vuelto a recordar aquella historia, que tengo subrayada —acabé comprándome la trilogía, que conservo en casa— y he sentido la necesidad de caligrafiarla.

Han pasado los años. Observo con pesar que soy más viejo, pero no  más sabio; porque la sabiduría no estriba en lo que uno sabe, sino en lo que hace con lo que sabe. Y yo, sabiendo o que sé desde hace tanto tiempo, sigo sin llegar a un acuerdo inteligente con mi oso; sabiendo que es inútil, a veces intento expulsarlo de la cueva; otras, domesticarlo.

Creo que pienso más de la cuenta y rezo en demasía. Por eso a veces él no me trae leña —y el invierno interior suele ser frío—, y yo no gozo a menudo, como debiera, compartiendo con él mi pan de jengibre.
Hoy me he prometido, una vez más, mejorar mi relación con él.

Ferdinandus, d.s. Bajo el signo de Cáncer.

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